Palabras del silencio. Dojo zen de Utrera, Viernes 08 de julio de 2023

 

«nuestra pequeña cabecita debe dejar espacio para que nuestra inspiración y nuestra espiración se relacionen naturalmente, de forma sana y equilibrada» 

En las relaciones intepersonales la amistad -verdadera- no es algo que se pueda forzar, debe darse naturalmente. En la práctica de zazen ocurre algo similar, es necesario dejar espacio para que las buenas relaciones, la buena amistad surja naturalmente.

Y no me refiero exclusivamente a las relaciones de los unos con los otros. En nosotros mismos, en nuestra postura durante zazen, nuestra pequeña cabecita debe dejar espacio para que nuestra inspiración y nuestra espiración se relacionen naturalmente, de forma sana y equilibrada.

Raphaël Doko Triet usa a veces esta expresión. «nuestra cabecita», y algunas personas se ofenden rápidamente. En realidad no comprenden que se trata de una expresión afectuosa, compasiva, nuestra pequeña cabecita que lo ocupa todo. Nuesta «pequeña cabecita» pueden ser los pensamientos, pero también las tensiones que acompañan inconscientemente a esos pensamientos, nuestro cuerpo, nuestra postura.

Cuando dejamos espacio, cuando nuestra cabeza deja de ocuparlo todo, poco a poco, con paciencia, la bruma de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu se va disipando. Eso lo observamos durante zazen, por la mañana, en este dojo. Nuestra cabecita llega adormecida, impregnada del subconsciente, ebria de sí misma y luego, poco a poco va soltando el control, va dejando espacio y es entonces cuando emerge el mundo, la realidad, el sonido de los pájaros, el ir y venir de los transeúntes, el sonido de la vida y la conciencia de nuestra propia respiración, de nuestro propio cuerpo.

Puesto que nuestra cabecita no tiene mucho que hacer durante zazen va cediendo el espacio a la percepción de nuestro verdadero ser

Ayer comentaba el Poema de la Fe en el Espíritu, el Shin Ji Mei del maestro Kanshi Sôsan:

«Si queremos ir tomando el vehículo supremo
no debemos detestar las seis manchas»

Las seis manchas son los sentidos: vista, oído, tacto, olfato, gusto y conciencia. Si queremos ir no debemos detestar nuestra pequeña cabecita, no debemos buscar un estado interior especial separado de nuestro cuerpo, de nuestros sentidos. Si queremos ir podemos dejar que la práctica del zen y la vida cotidiana se relacionen amistosamente, sin imposición del uno hacia el otro.

El poema continúa:

«Si no detestamos las seis manchas
podemos alcanzar el verdadero estado de Buda»

Alcanzar el verdadero estado de Buda puede ser ese estado en el que cada cosa es lo que es y ocupa el espacio justo que ocupa. Ese espacio extenso donde nuestra respiración se reconcilia con nuestro cuerpo, en el que nuestra cabecita deja espacio a la conciencia de la respiración. Ese espacio en el que los sonidos de la calle no nos perturban, no son ninguna mancha. De hecho, puede que ese sea el espacio en el que cada sonido nos  ilumina, nos muestra la realidad, nos devuelve al ser-realidad, aquí y ahora.

Uno piensa que puede iluminar las cosas e identifica «iluminar» con la acción de enfocar nuestra vista (poner el foco de nuestra cabecita) en algo determinado. Pero cuando no detestamos las seis manchas, los sentidos, el cuerpo, las sensaciones, etc… entonces podemos dejar que cada cosa nos ilumine. Entonces cada fenómeno se relaciona en libertad y en monunión con los demás.

Los sentidos, la vista, el oído, el olfato, el gusto, el tacto o la conciencia no son obstáculo para el estado de Buda sino el soporte, el vehículo, los ingredientes indispensables para seguir cocinándonos, para seguir cocinando nuestra existencia para crear el sabor más delicado, el sabor capaz de alimentar a todos los seres.

Los ojos, las orejas, la nariz, el cuerpo, la lengua, la conciencia. Shiki, los fenómenos que se vuelve Ku. Las seis manchas que se relacionan amigablemente con la realidad. Ku, la raíz, la semilla de todo fenómeno

Dejar espacio. Dejar espacio… Ensanchar el cuerpo, este cuerpo que a veces nos oprime. 

Dejar espacio no significa rechazar algo para que otro algo ocupe su lugar. No deberíamos confundir la transcendencia con el rechazo, ni el conocimiento con el apego a las palabras (o a nuestras propias ideas). En definitiva se trata de no darle muchas vueltas al coco. Dejar que el sonido sea sonido, que el tacto sea tacto… La emoción es emoción, y así sucesivamente. Cuando se trabaja se trabaja. Cuando se camina se camina, cuando nos enfadamos nos enfadamos. El problema surge cuando el enfado lo ocupa todo, o cuando las emociones lo ocupan todo. El conflicto y el sufrimiento aparecen cuando cada cosa no sabe relacionarse con la otra de forma natural, cuando se crea una separación, una confrontación irreconciliable, una ruptura en el alma que lleva, en última instancia, a situaciones de guerra, de destrucción.

Si queremos ir tomando el vehículo supremo
no debemos detestar las seis manchas.
Si no detestamos las seis manchas
podemos alcanzar el verdadero estado de Buda.

De eso se trata. A través de las seis manchas ir más allá de las seis manchas. Cuidar, practicar, fraternalmente una buena y cálida amistad.

José Luis Kô Kon

José Luis Kô Kon

Monje zen y responsable del dojo zen de Utrera