Todas y todos tenemos el recuerdo del tiempo de la infancia como el recuerdo de la eternidad.

 

Hace no mucho compartía con vosotros y vosotras una reflexión sobre el significado y el sentido del tiempo.

Todas y todos tenemos el recuerdo del tiempo de la infancia como el recuerdo de la eternidad. Cuando somos niños y niñas la sensación (aunque no lo sepamos) que nos acompaña es la de ser-tiempo. En ese momento vivimos absortos en el instante presente, en nuestros juegos, en lo que creemos importante que, por lo general, suele ser ciertamente lo realmente importante.

 

Pero apenas hemos podido acariciar la eternidad cuando sin darnos cuenta ya hemos crecido, y esa sensasión de eternidad, casi imperceptiblemente, se va esfumando.

Hoy día es aún peor. Ya no permitimos a los niños y niñas disfrutar de la eternidad de la infancia. Los forzamos a adaptarse rápidamente al ritmo adulto, a la cadena de producción y consumo que nos ata. Eso lo podemos observar ya desde el colegio, en el sistema educativo actual. Tareas, deberes, cumplir plazos, metas, objetivos… Complacer a un sistema que ahoga, que abruma, un sistema que no respeta el tiempo vital ni el ritmo particular de cada ser.

 

De esta forma, esa pequeña parcela de eternidad se ha ido haciendo cada vez más pequeña y luego, como comentaba, al crecer se produce una ruptura, una separación definitiva con la eternidad de nuestro ser.

Pasamos a pensar o sentir que el tiempo es algo ajeno, algo externo, separado de nuestro ser. Algo que podemos poseer. Ya hacia la adolescencia pensamos que el tiempo es algo que se nos da o que se nos quita, se convierte en algo que podemos gastar o perder.

 

La eternidad aparece cada vez más como un sueño, como algo que nunca existió. La eternidad entendida como la unificación total del ser con el instante presente de convierte en una quimera.

 

Conforme seguimos creciendo, poco a poco, comenzamos a sentir que el tiempo es algo que se nos escapa, algo que alguna vez tuvimos pero que se agota irremediablemente. La eternidad aparece cada vez más como un sueño, como algo que nunca existió. La eternidad entendida como la unificación total del ser con el instante presente de convierte en una quimera.

 

Sin embargo, la práctica del zen, zazen, es la práctica de la eternidad. Durante la práctica de zazen no hay separación entre el tiempo y la existencia. No existe discriminación entre la experiencia, el instante en el que se produce la experiencia y el ser que experimenta. Por ello durante zazen olvidamos todas las distracciones y experimentamos directamente la eternidad, que es la totalidad del tiempo sin distinción, sin separación entre pasado, presente y futuro.

 

Esto debe ser a lo que Eihei Dogen llama Uji, ser-tiempo, en uno de los capítulos del Shobogenzo.

Puesto que entre el ser, la experiencia de la existencia y la conciencia no hay separación alguna, ¿acaso no son el pasado, el presente o el futuro más que una ilusión?

El tiempo y la percepción que tenemos de él es un tema muy subjetivo (o abstracto) que escapa, quizá, a la capacidad limitada de nuestro intelecto. Por ello es mejor comprender con el cuerpo, con nuestros huesos, con nuestra carne, con los órganos, con la piel, que la experiencia del tiempo es en sí misma la totalidad del tiempo, y que la totalidad del tiempo es en sí la totalidad de la existencia.

 

Nacer es la totalidad del tiempo. Vivir es la totalidad del tiempo, morir, por lo tanto ¿acaso no es también la totalidad del tiempo? Todo ello ¿no es acaso la eternidad misma que no contradice a la individualidad de cada instante?

 

Deberíamos tener fe en el hecho de que al no ser nuestra existencia algo diferente de la totalidad del tiempo no somos realmente algo diferente de la eternidad. Deberíamos tener fe en esto y experimentarlo sin distracción.

Cada inspiración, cada espiración son en sí mismas experiencias completas sin un antes ni un después, sin separación de la realidad del tiempo en su totalidad.

No expongo estas palabras como algún tipo de enseñanza, puesto que apenas puedo intuir la verdadera naturaleza de la la totalidad del tiempo. Comparto con vosotros esta reflexión para que podamos experimentar (practicar) juntos.

Yo, con cierta osadía, lanzo estas palabras. Vosotros me reconfortáis con vuestro exquisito silencio.

José Luis Kôkon

Monje zen y responsable del dojo zen de Utrera