Como todos sabemos Taisen Deshimaru fundó el primer templo zen de Europa en Francia. No recuerdo exactamente el nombre de dicho templo, pero viene a significar algo así como «el templo del No Miedo». Este nombre es realmente inspirador.
Muchas pesonas tienen -tenemos- el miedo como sentimiento base. Si conocéis algo sobre los eneagramas, se dice que cada persona tiene un sentimiento base que predomina sobre los demás: miedo, envidia, narcicismo… es la forma en como insconscientemente hemos construido nuestra personalidad para protegernos del mundo. Todo esto está relacionado con los perfiles, con los disfraces del yo que podemos observar en todas las personas que nos rodean y en nosotros mismos.
En la práctica del zen, como en la vida, llega un momento en el cual nuestro disfraz, el yo, se topa con sus propios límites.
En la práctica del zen, como en la vida, llega un momento en el cual nuestro disfraz, el yo, se topa con sus propios límites. Estos límites pueden manifestarse físicamente, en el cuerpo: dolor de rodillas, de espalda, rigidez, contracción en el estómago… también puede manifestarse en el campo psico-ecomocional en forma de miedo. Pero lo físico siempre está íntimamente relacionado con lo emocional y con lo mental.
El miedo, como todo, se puede manifestar de muchas formas, pero es interesante distinguir entre estos dos tipos: el miedo amigo, útil y otro miedo parásito, inservible. El miedo amigo, por ejemplo, nos ayuda a reaccionar ante una situación de peligro real, por ejemplo si nos topamos con un león enfurecido. El otro miedo, el miedo lastre o inservible se basa en recuerdos del pasado o en experiencias que han quedado somatizadas en nuestro subconsciente, también en la forma en cómo proyectamos el futuro en base a dichas experiencias.
Si sabemos observar sin apegarnos, es a partir de este punto comienza el verdadero camino de la libertad, el camino del no miedo, de la emancipación.
Sea como sea, tarde o temprano nos encontramos con estos límites. Se trata de un momento delicado. Pero si persevaramos, si sabemos observar sin apegarnos, es a partir de este punto comienza el verdadero camino de la libertad, el camino del no miedo, de la emancipación.
Tratar de comprender la naturaleza de la vida y de la muerte como ser humano, es toparse, desde el punto de vista el ego, con los propios límites. Entonces para comprender no solo psicológicamente sino corporal y espiritualmente la naturaleza de nuestra existencia no nos queda más remedio que ir más allá de ese ego limitado. No nos queda más remedio que dejar el apego, la identificación con aquello que nos limita.
Ese «ir más allá» es lo que (por ejemplo) Dokushô Villalba llama «el santo olvido de sí. Y eso es precisamente lo que hacemos durante zazen: olvidarnos de nosotros mismos. Olvidar este cuerpo, olvidar nuestros pensamientos… lo que Dôgen llamaba Shin Jin Datsu Raku, «abandonar cuerpo y espíritu».
Realizar el camino que va del miedo al no miedo es una cuestión de asiduidad, de continuidad, de paciencia y de una suave determinación
Y como ya hemos comentado en este dojo realizar el camino que va del miedo al no miedo es una cuestión de asiduidad, de continuidad, de paciencia y de una suave determinación. También es cuestión de humildad: aprender contínuamente, soltar contínuamente. Restar importancia a los propios límites, ablandar lo que es demasiado duro, con tranquilidad, sin prisa. Dejando que zazen nos respire.
Cuando sintáis un pellizco aterrador en el estómago, o una güadaña que acecha sobre vuestras cabezas, recordar que es en realidad un momento propicio -metafóricamente- para dar un paso adelante e ir hacia el no miedo. Observar que solo se trata de el yo confrontando cara a cara con sus propias limitaciones.

José Luis Kô Kon
Monje zen y responsable del dojo zen de Utrera