La budeidad y el rumiar de los pensamientos. Palabras del silencio, dojo zen de Utrera, viernes 16 de diciembre de 2022

No es necesario realizar un gran esfuerzo por encontrar la budeidad. O rompernos las rodillas para encontrar la iluminación. El solo hecho de aprender a no apegarnos al rumiar de nuestra propia mente es ya un gran paso, una gran revolución y todo un logro en nuestra existencia.

 

Dar este paso, liberarnos de los automatismos de nuestra propia mente, es una cuestión de asiDuidad.

 

Cuando comenzamos a practicar –zazen–  pensamos que nuestro mundo cambiará por ello, creemos que se producirá un efecto mágico, que accederemos a un estado especial, al «click» definitivo que hará que todo mejore. Pero luego todo sigue igual. Como Raphaël Doko Triet dice: «cuando comenzamos a practicar, el zen es como un caramelo, nos gusta el sabor. Al principio nuestro cuerpo reacciona sintiéndose mejor, creemos comprender algo, conseguir algo. Luego, con el pasar de los años, el caramelo va perdiendo sabor. Al final el caramelo se vuelve como la guenmai, sin sabor.»

Y así es. A pesar de practicar zazen horas y horas durante meses, años… el mundo sigue igual. A veces reír, a veces llorar. A veces problemas, a veces alegrías. El hecho de desapegarnos del rumiar constante de nuestra mente, el hecho de practicar zazen no hace que cambie nada, salvo nuestra percepción. Al cambiar nuestra percepción se transforma también, automáticamente, la forma en cómo reaccionamos a lo que acontece en nuestra vida.

No tenemos por qué volvernos santos o santas. Ni convertirnos en grandes monjes o bodhisattvas. Podemos conformarnos humildemente con descongestionar la parte frontal de nuestra cabecita a cada inspiración; dejando que ese rumiar baje hasta nuestro hara (el océano de nergía bajo nuestro ombligo), una y otra vez. Sin apegarnos ni rechazar el fluir natural de nuestra mente.

Con esto nos podemos dar por satisfechos en esta vida. Lo demás no tiene que preocuparnos demasiado.

Uno quiere ser budista. Todos esos textos (sobre budismo) suenan muy bien. Recibir la ordenación de bodhisattva es genial. Luego uno quiere ser monje o monja, ser algo, identificarse con esto o con aquello y seguimos chupando y chupando el caramelo. A la larga descubrimos que nuestra elección es otra ilusión, que no elegimos nada conscientemente.

Así, la mayoría de personas toman un caramelo, lo dejan por otro y otro, y otro. Toman el mindfulness y lo dejan, toman el yoga y luego lo dejan, toman las artes marciales y no profundizan… No se permiten a sí mismos llegar al no-sabor, al origen.

A priori esto es demasiado aburrido, demasiado simple. Sentarnos a respirar todo el rato, quietos, sin hablar, sin demostrar todo lo que sabemos. No pensamos que haya nada especial en lo sencillo. Por eso a veces nos aburrimos y deseamos pasar a otra cosa, a otro caramelo, a algo con más sabor.

Dejar que cada cosa tenga su propio sabor, o su propio no-sabor.

 

La lechuga debe saber a lechuga. La patata debe saber a patata. El arroz debe saber a arroz. Sin embargo, hoy día, nos gusta usar un sin fín de salsas, aditivos, condimentos, todos ellos elaborados normalmente con un gran exceso de azúcar, sal, saborizantes, aglomerantes, etc…

Dogen dice en el Tenzo Kyokun: cuando la guenmai es verdadera, la práctica-realización son verdadera.

Quizá, nuestra sociedad en su conjunto ha perdido el gusto por lo natural, por lo auténtico, por lo que es. La genmai (sopa de arroz tradicional que toman los monjes y monjas zen) es en sí misma insípida, pero alimenta el cuerpo de Buda.

Por eso decíamos que esta práctica, zazen, es como un caramelo que va perdiendo sabor, que va perdiendo atractivo. Y es ahí dónde debemos continuar, porque es ahí donde entramos en contacto de nuevo con lo natural. Nada que ver con lo místico. Simplemente lo natural. Imagino que esto es a lo que Deshimaru llamaba el orden cósmico: lo natural.

En algún punto, las lecturas, por antiguas y ciertas que sean, los textos budistas, los sutras, pueden ser como un aditivo porque es algo elaborado, procesado por otro. Debemos desarrollar la sabiduría para saber cuándo usar ese aditivo y cuando no. No hay por qué añadir por norma aditivos a todo.

 

Por eso, durante los retiros de meditación zen, las tres primeras cucharadas de la genmai se toman sin añadir absolutamente nada. Luego añadimos un poco de gomasio (sésamo tostado con un poco de sal), o el tsukemono, la verdura encurtida y fermentada. Si nos apegamos al tsukemono éste se convierte en un aditivo, en una droga. Si lo tomamos con desapego se convierte en una ayuda para nuestro cuerpo y para nuestra mente. Todo depende.

Pasamos una vida practicando, concentrándonos en una postura, recitando sutras o tomando la genmai, pero lo más difícil es practicar en la no postura…