Alguna vez el maestro Raphaël Doko Triet nos ha contado una vieja historia, a modo de enseñanza. Esta historia está inspirada en otra recogida en el libro Flores de bienvenida desde el otro lado del limpio umbral de la esperanza, del maestro budista Thinley Norbu Rimpoche:

 

Érase una vez un maestro zen que fue interpelado por un guerrero samurái, quien le pidió que le enseñara el significado del infierno y del paraíso. Cuando el maestro le respondió: «Nunca le enseñaré algo a alguien tan ignorante y violento como tú», el samurái se enfureció, alzó su espada y estuvo apunto de matarlo. Entonces el maestro dijo: «Aquí se abren las puertas del infierno». Inmediatamente, el samurái entendió, tiró su espada en reconocimiento e hizo una reverencia al maestro con fe. Entonces el maestro dijo: «Aquí se abren las puertas del paraíso».

La lectura, la ensañanza más inmediata que podríamos extraer de esta historia tiene que ver con el karma, con la relación causa-efecto, con la idea de que nuestras acciones según su naturaleza pueden llevarnos a unas u otras consecuencias.

Y aunque es una forma muy reduccionista de expresarlo, en cierto sentido puede que sea así. Sin embargo me gustaría poner la atención en las palabras exactas del monje: «Aquí se abren las puertas del infierno». No se refiere a después, a más adelante o a otro lugar distinto a ese mismo.

 

El infierno y el paraíso aparecen y desaparecen solo aquí y ahora, existen solo aquí y ahora, y este es un punto fundamental. Son experiencias que se dan siempre en el instante presente, como nuestra inspiración y nuestra espiración, que son solo posibles aquí y ahora.

 

Como he dicho en otras ocasiones, el instante cero, la realidad es solo posible aquí y ahora.

 

Practicar zazen es abrirnos a estar realidad del aquí y el ahora completo en sí mismo con el cuerpo, con la mente, con el espíritu, con la totalidad del ser.

 

De hecho nada es posible fuera del aquí y el ahora. No existe budismo, no existe enseñanza, salvo aquí y ahora. El mundo, la realidad, pasado, futuro son solo un sueño, una impresión, un juego de imágenes, una fijación mental a la que no deberíamos apegarnos, aunque tampoco deberíamos rechazarlos.

 

De igual forma la vida y la muerte ocurren solo y exclusivamente aquí y ahora.

Y eso precisamente es lo que hacemos aquí, en el dojo, abrirnos totalmente a la experiencia tal cual es aquí y ahora.

 

Luego, normalmente, fuera del dojo es fácil perder la percepción, la conexión con el aquí y ahora. Sin embargo, la práctica regular de zazen nos ayuda a establecernos de forma natural e inconsciente en el aquí y ahora.

 

Cuando trabajo, trabajo aquí y ahora. Cuando me siento feliz, me siento plenamente feliz aquí y ahora. Cuando sufro, sufro con total plenitud aquí y ahora. Pero no nos apegamos demasiado a la felicidad ni tampoco al sufrimiento. Este entrenamiento en la no elección nos ayuda a liberarnos de los condicionamientos del apego.

 

A veces es inevitable caer en el infierno, y otras veces experimentamos el paraíso. Pero sea como sea nada permanece, nada tiene continuidad por sí mismo. Nada permanece, nada.

Comenzamos una práctica, sea cual sea y al tiempo cambiamos por otra, y por otra; otra que nos aporte algo más, que nos solucione la vida. Esto es debido a la ilusión de creer que podemos elegir. Pero el tiempo pasa. El sonido del mopan, la madera que se usa en un dojo simboliza el paso inexorable del tiempo; primero más lento, más pausado, luego poco a poco más rápido, más rápido. El espacio, el silencio entre toque y toque se reduce, el infinito se escapa… hasta el último toque (suena un fuerte golpe de la palma de la mano contra el suelo del dojo).

 

Pero ni ese último toque de madera permanece. Tampoco es un fin en sí mismo. El último toque de madera sigue siendo una ilusión.

 

Abrirnos a esta experiencia y despertar a esta realidad y atravesar, tranquilamente, sin miedo, el vértigo que produce es la Vía del Bodhisattva. Eso, es lo que hacemos en un dojo, en un templo, en una sala de meditación. Solos o juntos. Por eso, el sutra de la gran Sabiduría que recitamos en la ceremonita matinal dice: id, id, id juntos, todos juntos, más allá del más allá… Hasta la consumación última.

 

Por eso Dogen Zenji decía que el zen, zazen, no es una técnica de bienestar, ni una religión, ni tan siquiera una meditación; sino la gran puerta de entrada hacia la verdadera libertad, hacia el desapego.

 

La gran puerta, hacia la verdadera sabiduría innata que todo ser humano posee en lo más profundo de sí mismo. En las células, en los músculos, en los huesos, en las vísceras, en todo nuestro ser…

 

Esta es la gran puerta invisible. La gran puerta que en realidad no separa nada. Esto es lo que hacemos aquí.

 

José Luis Kô Kon

José Luis Kô Kon

Monje zen y responsable del dojo zen de Utrera