Existe un camino secreto sin principio ni final. Es como un humilde sendero, pero el solo hecho de transitarlo es en sí mismo un verdadero deleite.

Existe un camino secreto sin principio ni final. Es como un humilde sendero pero el solo hecho de transitarlo es en sí mismo un verdadero deleite. La brisa es fresca, el aire puro. Este camino es secreto no porque esté oculto sino porque la mayoría de ojos no son capaces de verlo. Como un mendigo harapiento con los bolsillos llenos de piedras preciosas. Como una gruta en la roca viva que guarda un manantial puro.

En este camino el musgo no molesta al musgo, el árbol no molesta al árbol, la piedra no molesta a la piedra. La noche y el día se funden y no se puede distinguir la luz de la oscuridad. No se puede decir que sea caluroso o frío. Tampoco se pude decir que sea empinado o cuesta abajo.

No está oculto, pero muy pocos pueden verlo, y mucho menos transitarlo. Para recorrerlo no es necesario ir muy lejos o recibir un gran entrenamiento, vasta con parar y afinar un poco nuestra percepción.

En este camino del que os hablo el oído capta las melodías más bellas, el olfato recibe los más sublimes olores. La piel siente el tacto de la propia existencia.

En este camino del que os hablo el oído capta las melodías más bellas, el olfato recibe los más sublimes olores. La piel siente el tacto de la propia existencia.

Cuando paramos y tomamos conciencia de que estamos vivos aquí y ahora, el sonido de un coche, o el grito de un vecino se convierte en la más bella melodía. El olor a incienso de esta sala nos estremece, el frío de este extraño invierno nos acaricia.

Cuando nuestra percepción se va despojando de todo lo accesorio, lo artificial, el camino se vuelve evidente y entonces todo es tal cual.

Este es el camino sin principio y sin fin de nuestra existencia. Este es el camino del corazón, del propósito vital, del sentido de nuestra verdadera naturaleza. Y esta es la forma de transitarlo, en la serena quietud que nada rechaza, que nada requiere, la magnífica sencillez de lo obvio. La inconmensurable satisfacción de ser lo que se es.

 

Esta es la verdadera religión: dejar de imitar y crear. Sin miedo, con una suave determinación.

Esta es la verdadera religión: dejar de imitar y crear. Sin miedo, con una suave determinación.

A veces la determinación no es como un golpe brusco y seco en la mesa, sino más bien como una sonrisa suave, acogedora.

Este camino, esta senda, como se suele decir está siempre bajo nuestros pies. Deleitarnos en ella depende de saber parar y observar.

José Luis Kô Kon

José Luis Kô Kon

Monje zen y responsable del dojo zen de Utrera